Saturday 25 June 2016

26-J: K. O. DEFINITIVO AL POTSFRANQUISMO DEL PP Y PSOE

Fotografía de Muhammad Ali, tomada por Thomas Hoepker en Chicago, 1966.

Por Vicente A. Fontelos.

Algunos llaman arquitectura política a una Transición que permitió el paso de elementos políticos del franquismo hacia la nueva y reciente democracia nacida tras la muerte del Dictador. Incluso, algunos, participaron en la redacción del documento constitucional que poseemos en nuestro actual régimen político. Cualquier crítica a esa apropiación de «su» Transición, es respondida por los elementos postfranquistas con un ardor digno del converso. Baste leer el discurso de Areilza (p. e.: tutor político del actual Ministro de Exteriores) en el Teatro Coliseo Albia, de Bilbao, en 1937: España ha recobrado la plena independencia  de su soberanía. En uso de ella proclama  bien alto su amistad hacia los grandes países europeos amigos que en estas horas trágicas de cruzada nacional están junto a nosotros, la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y el Portugal de Oliveira Salazar —de lo que no se retractó en cuarenta años de diputado franquista, conociendo de sobra el exterminio nazi—. Comparándolo con un artículo publicado en La Vanguardia (20/1/1980), titulado «El Parlamento Europeo», donde cuenta su experiencia de primeros eurodiputados: Con los parlamentos sucede siempre lo mismo. Por mucho que se quieran limitar sus funciones serían recuperadas de modo inevitable a poco que sus miembros decidan hacerlo. Inefable.

Según la teoría de los levellers, durante la Revolución Inglesa de 1688, cada generación podía citar sus derechos de nacimiento como suficientes para recrear la sociedad en el modo que le pareciera adecuado. En Política y perspectiva (2001), el politólogo Sheldon S. Wolin, explica la aportación de Hobbes a la potencialidad del conocimiento político, cuando desarrolla su idea de la construcción del “más grande de los poderes humanos”; el Leviatán artificial “compuesto de los poderes de la mayoría de los hombres, unidos, por consentimiento que puede usarlos todos según su propia voluntad —como es el caso en el poder de una república—” (Leviatán, cap. X). Es decir, pendientes de una sola voluntad soberana. Hobbes encuentra esta idea de su filosofía política en el pensamiento cásico de la creación política, sumada a una versión muy secularizada de la creación del estado de naturaleza como acto de tipo divino del dios agustiniano.

«Por último, los Pactos y Convenios, por los cuales las partes de este Cuerpo Político en principio, fueron hechas, reunidas y unidas juntas, se parecen a ese Fiat, o al Hagamos al hombre, pronunciado por Dios en la Creación». (Hobbes, 1651: 1).[1]

Por tanto, la abolición del estado de naturaleza sería un acto de tipo divino pero, en lugar de un dios, sería en un cumplimiento debido a la «creación por el ingenio humano a partir de la nada».

 Cuando se comprende al contrato social como la más alta expresión de creatividad política, es más fácil evaluar el enorme influjo que tuvo sobre los escritores de los siglos XVII y XVIII. El elemento de acuerdo voluntario ha sido tomado con demasiada frecuencia como el significado total del contrato. Si recordamos que el contrato fue posibilitado en primer lugar por un acto previo de emancipación imaginaria que abolió tanto el presente como el pasado, podremos captar mejor el entusiasmo que suscitó. A este respecto, Paine y Jefferson en Estados Unidos y los escritores revolucionarios franceses fueron fieles ecos de Hobbes, al insistir en que cada generación se considerara con derecho a recrear la sociedad como le pareciera adecuado (Wolin, 2001: 266).

Y debemos incidir en esta última frase, pues otros pensadores, como el liberal Locke, se mostraron contrarios a esta idea de cambio en el contrato social, porque la naturaleza de dicho pacto no podía ser vulnerada una vez realizado. Ello le llevó a encontrarse en una flagrante contradicción frente a su visión secular del poder, puesto que la herencia política volvería a poseer el significado de carácter divino; no bastando para superarla, como sostenedora de una sociedad completa, el desarrollo teórico de la herencia de la propiedad.

Por supuesto, Hobbes no solo se mostró contrario al pensamiento de su compatriota, sino que desarrolló una afirmación absolutamente novedosa y revolucionaria: es el hombre en sí mismo quien puede convertirse en el creador de los significados del universo político.

El mismo Kant, en su opúsculo titulado Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, publicada en 1784, cuando habla de la necesidad de libertad para lograr la Ilustración y hacer uso público de la propia razón en todos los terrenos, pone el ejemplo de una asociación eclesiástica que impusiera un credo inmutable a fin de eternizarse.

Semejante contrato, que daría por cancelada para siempre cualquier ilustración ulterior del género humano, es absolutamente nulo e inválido (…) Una época no puede aliarse y conjurarse para dejar a la siguiente en un estado en que no le haya ser posible ampliar sus conocimientos (…) Tal cosa supondría un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial consiste en ese progresar; y la posteridad estaría por lo tanto perfectamente legitimada para recusar aquel acuerdo adoptado de un modo tan incompetente como ultrajante (Kant, 2004: Ak. VIII 39).

Los valedores del postfranquismo de la Transición parecen empeñados en negarnos la legitimidad de nuestra naturaleza humana para recusar los acuerdos que entorpecen ese destino primordial. Tal vez, porque sus mentes crecieron en un sistema político que no aceptaba el dotarse o cambiar los acuerdos de dicha legitimidad. Solo por esto, deben ser alejados, a través de las urnas, de la nueva vida política suscrita por las nacientes «multitudes inteligentes».



[1] N. d. A.: Lastly, the Pacts and Covenants, by which the parts of this Body Politique were at first made, set together, and united, resemble that Fiat, or the Let us make man, pronounced by God in the Creation.

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