El vicepresidente del gobierno de España, Alfonso Guerra, en
la clausura de las jornadas dedicadas a Julián Besteiro, el 20 de dicembre de
1990, en Toledo. Foto y montaje: Pino Fontelos
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Carta abierta al vicepresidente de la FAPE, Aurelio Martín.
La Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) está a favor
de la inclusión de sus miembros asociados, aunque no cumplan los requisitos de
titulación, en el futuro Colegio Profesional de Periodistas de Castilla-La
Mancha (BOCCLM núm. 142/31-03-2014).
Los estudios en
Comunicación no se instituyeron para crear barreras entre los futuros
compañeros de profesión, sino para garantizar la asimilación de unos saberes
que aspiraran al cientificismo, así como una ética y deontología que acompañase
a los mismos. Las asociaciones de periodistas deben velar por esas cualidades,
pero la inculcación de la epistemología de la disciplina pertenece al ámbito formativo
universitario, al igual que en cualquier otra materia científica cultivada. Y
por supuesto, menos aún, es obligación de una organización periodística de tipo
civil, la de implantar por obligación normas de conocimientos o éticas en un
profesión, pues en el fondo ese compromiso pertenece plenamente al ámbito
privado de los profesionales formados adecuadamente.
Los estudios de
Periodismo existen en EE.UU. desde principios del siglo XX.
Walter Lippmann hablaba entonces de las carestías académicas en una actividad
tenida hasta entonces como oficio (actitud aún mantenida por organizaciones
informativas de España), y de la necesidad de dotar con contenido científico las
disciplinas del Periodismo y la Comunicación, pues el espíritu científico se
situaría entonces frente a la experiencia del «colmillo retorcido». Y es que le
resultaba paradójica la falta de unas normas unificadas de verificación de
datos establecidas para la profesión, de la misma manera en que estaban dotadas
otras especialidades, ya fueran del mundo judicial o científico.[1]
Casi cien años después, dos autores contemporáneos, Kovach y Rosenstiel, inciden en la formación académica de la misma
manera que ya lo hiciera Lippmann, pues vislumbran la posibilidad de que
si no existen unas normas de verificación generalizadas y uniformadas, “la información independiente se sustituya
por un comercialismo interesado que se deslice como noticia”.[2] Y encuentran
una respuesta para anular tal posibilidad: “lo objetivo es el método, no el
periodista”.[3]
Además de ponderar la
necesidad del carácter científico al equipararlo con otras ciencias, Lippmann formuló,
como motivación para ampliar ese conocimiento, una influencia directa entre la
democracia y el periodismo: “La prensa no es tan universalmente perversa ni tan
profundamente conspiradora. Es demasiado frágil para hacerse cargo de todo el
peso de la soberanía popular (…) En el mejor de los casos, la prensa es
sirviente y guardián de las instituciones (…) La prensa no sustituye a las
instituciones”.[4]
Las coincidencias de Kovach y Rosenstiel con el maestro americano
continúan, cuando citan la noción de «responsabilidad
cívica» del periodista como totalmente necesaria para cimentar la conveniencia
y necesidad de unos medios de comunicación independientes. Basando en la «teoría
de la democracia» que tengan los periodistas como uno de sus principios fundamentales para la utilidad de
la profesión, pues así se proporcionará “a los ciudadanos la información
necesaria para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”.[5] El periodismo anglosajón conforma su ética y deontología en
base a esa «responsabilidad cívica».
Como dicen Kovach y Rosenstiel, “los
periodistas tienen una obligación con su conciencia personal”.[6]
Por tanto, hace ya muchos años todos esos
profesionales que entraron por la «tercera vía» y que forman un grupo de
experimentados periodistas –como lo somos otros muchos–, han tenido tiempo de
regular sus estudios en base a esa obligación con su conciencia personal. En
años anteriores, la defensa de la inclusión de esa «tercera vía» se basaba en
la ayuda hacia unos compañeros sin titulación, y de reconocida experiencia,
para que no fueran perjudicados o
discriminados económicamente en sus respectivos convenios de empresa, pues
realizaban el mismo trabajo que otros compañeros titulados. Y yo apoyé esa
situación. Aunque también se acordó tácitamente que esos profesionales irían
regulando sus estudios hasta «equipararlos» con los asociados titulados, con la
ayuda de la FAPE.
Pero ahora estamos tratando de marcar la
línea de inclusión en un Colegio Profesional que, recuerdo, se genera mediante
una Ley y no mediante el acuerdo privado determinado por un grupo profesional
con intereses comunes como una asociación; éstas, no tienen facultad para impulsar
ley alguna. Pues esa línea, al igual que en el resto de Colegios Profesionales,
se dibuja bajo el mismo imperio de la ley y el orden que cualquier sociedad
avanzada aplica: el de los logros académicos.
Si de fracturas hablamos, creo que tal
división en el colectivo vendría provocada por la total falta de compromiso de esos
profesionales que no han concluido sus asuntos académicos, pues todo el mundo
ha tenido tiempo de ponerse al día –y, por favor, que no se aduzcan motivos
personales, familiares, de trabajo, o de cualquier otro tipo para diluir una
responsabilidad que creo exigible–. Si el intrusismo ha sido la lacra de esta
profesión y nos ha llevado al borde del precipicio, no ha venido de la mano de
aquellos que han invertido tiempo, dinero y esfuerzos en sus estudios
universitarios.
Dejémonos ya de «terceras vías» y seamos
serios de una vez por todas. Como dice la filósofa María Zambrano: “La historia de España no sigue a la
del resto de Occidente; nuestro tiempo no es su tiempo, vamos antes o después,
o antes y después -lo cual es tragedia-. España no ha aceptado su historia; hay
tantas pruebas de ello...,”.[7]
Apostemos sin complejos por la senda que ha permitido a otros países formar
democracias y periodismos forjados con el metal de la «cultura democrática», y
donde la simbiosis de experimentación y veteranía se acompañan no ya de
estudios de Licenciatura o Grado, sino con estudios de postgrado para acompasar
la práctica periodística con la investigación, dotando así a nuestra disciplina
del peso necesario para convertirla en una reconocida Ciencia Social.
[1] W. Lippmann. Liberty and the News. New
Brunswick, N.J., and London: Transaction Publishers, 1995.
[2] B. Kovach and T. Rosenstiel. The elements of journalism: what newspeople should know and the public should expect. New York: Crown Publishers, cop. 2001
[2] B. Kovach and T. Rosenstiel. The elements of journalism: what newspeople should know and the public should expect. New York: Crown Publishers, cop. 2001
[3] Ibidem.
[4] W. Lippmann. Public opinion. New York [etc.]: Free Press Paperbacks,
1997.
[5] Op. cit.
[6] Op. cit.
[7] M. Zambrano. España, sueño y verdad. Barcelona;
Buenos Aires: Editora y Distribuidora Hispanoamericana, D.L. 1965.