Friday 27 July 2012

Dignidad minera democrática



Mineros de Linares se manifiestan en una sucursal bancaria. Toledo. 1991. Foto: Vicente A. Fontelos



En memoria de Gregorio Peces-Barba


Por Vicente A. Fontelos

La minería no se puede convertir en un problema de orden público, pues si se hace ignorando el tema, se es irresponsable. Pero si, a sabiendas, se instaura dicha estrategia como solución al problema, es cosa propia de políticas autoritarias.
Y no se puede, como ha hecho un representante del Estado, utilizar las herramientas de la comunicación política para insultar a unos españoles que se meten a laborar, bajo tierra, jugándose la vida para obtener su pan y nuestra energía. De tal forma, se enseña la patita de la metáfora para que otros recojan el mensaje y enseñen las fauces, como algunos repugnantes y miserables cobardes hicieron, que tildaron a nuestros mineros de ser una clase privilegiada por sus peticiones de trabajo y pensiones dignas para su futuro con gravamen.

Tal impostura supone un grave desconocimiento de la historia o, en el caso más grave, su ominosa manipulación, pues el movimiento obrero no solo libró una batalla revolucionaria para conseguir mejoras laborales sino que fue un decisivo impulsor de la corriente democrática europea, como describe el politólogo Wolfgang Abendroth en su obra La historia social del movimiento obrero europeo. Y de muestra, un párrafo en el preámbulo de los estatutos presentados en la Conferencia de la Asociación Internacional de Trabajadores de 1864, en Londres:


“La cual declara: que todaslas asociaciones e individuos que a ella se unan reconocen la verdad, la justicia y la moralidad como su norma de comportamiento entre sí y para con todos los hombres, sin distinción de color, creencia o nacionalidad. Considera el deber de cada uno alcanzar los derechos humanos y cívicos no sólo para sí, sino para todo el que cumpla con su deber. Ni deberes sin derechos, ni derechos sin deberes”.
 
Algunas señoras y señores andan quejándose, ahora, del extremismo ideológico expresado por algunos grupos mediáticos. Dejen de alimentar a la bestia y márquense claramente las líneas que no solo son intransitables para los demócratas, sino a partir de las cuales se debe anular al enemigo ultramontano que pretende viajar no al siglo XIX de Disraeli y Gladstone, sino a las cuevas tan magníficamente descritas por León XIII en su carta encíclica Quod Apostolici Muneris, de 1878:
“Es fácil comprender, Venerables Hermanos, que Nos hablamos de aquella secta de hombres que, bajo diversos y casi bárbaros nombres (…) ya no buscan su defensa en las tinieblas de sus ocultas reuniones, sino que, saliendo a pública luz, confiados y a cara descubierta, se empeñan en llevar a cabo el plan, que tiempo ha concibieron, de trastornar los fundamentos de toda sociedad civil (…) A los poderes superiores les niegan la obediencia, y andan predicando la perfecta igualdad de todos los hombres en derechos y deberes”. 
Tiempos tan complicados como los nuestros, inimaginables hasta hace poco, necesitan de la colaboración y alianza entre la ciudadanía patriota, como la minera. Y exigen serias respuestas democráticas ‒alejadas de la retórica emocional, sea de ministros o de grupos descontentos con el sistema‒, que den clara contestación a los verdaderos miserables y traidores de los que tan solo cabe esperar el autoritarismo o el totalitarismo.