Mineros de Linares se manifiestan en una sucursal bancaria. Toledo. 1991. Foto: Vicente A. Fontelos |
En memoria de Gregorio Peces-Barba
Por Vicente A. Fontelos
La minería no se puede convertir en un problema de orden público, pues si se hace ignorando el tema, se es irresponsable. Pero si, a sabiendas, se instaura dicha estrategia como solución al problema, es cosa propia de políticas autoritarias.
La minería no se puede convertir en un problema de orden público, pues si se hace ignorando el tema, se es irresponsable. Pero si, a sabiendas, se instaura dicha estrategia como solución al problema, es cosa propia de políticas autoritarias.
Y no se puede, como ha hecho un representante del Estado, utilizar las
herramientas de la comunicación política para insultar a unos españoles que se
meten a laborar, bajo tierra, jugándose la vida para obtener su pan y nuestra
energía. De tal forma, se enseña la patita de la metáfora para que otros
recojan el mensaje y enseñen las fauces, como algunos repugnantes y miserables
cobardes hicieron, que tildaron a nuestros mineros de ser una clase
privilegiada por sus peticiones de trabajo y pensiones dignas para su futuro
con gravamen.
Tal impostura supone un grave desconocimiento de la historia o, en el
caso más grave, su ominosa manipulación, pues el movimiento obrero no solo
libró una batalla revolucionaria para conseguir mejoras laborales sino que fue
un decisivo impulsor de la corriente democrática europea, como describe el
politólogo Wolfgang Abendroth en su obra La
historia social del movimiento obrero europeo. Y de muestra, un párrafo en
el preámbulo de los estatutos presentados en la Conferencia de la Asociación
Internacional de Trabajadores de 1864, en Londres:
“La cual declara: que
todaslas asociaciones e individuos que a ella se unan reconocen la verdad, la
justicia y la moralidad como su norma de comportamiento entre sí y para con
todos los hombres, sin distinción de color, creencia o nacionalidad. Considera
el deber de cada uno alcanzar los derechos humanos y cívicos no sólo para sí,
sino para todo el que cumpla con su deber. Ni deberes sin derechos, ni derechos
sin deberes”.
Algunas señoras y señores andan quejándose, ahora, del
extremismo ideológico expresado por algunos grupos mediáticos. Dejen de
alimentar a la bestia y márquense claramente las líneas que no solo son
intransitables para los demócratas, sino a partir de las cuales se debe anular
al enemigo ultramontano que pretende viajar no al siglo XIX de Disraeli y
Gladstone, sino a las cuevas tan magníficamente descritas por León XIII en su
carta encíclica Quod Apostolici
Muneris, de 1878:
“Es fácil comprender, Venerables
Hermanos, que Nos hablamos de aquella secta de hombres que, bajo diversos y
casi bárbaros nombres (…) ya no buscan su defensa en las tinieblas de sus
ocultas reuniones, sino que, saliendo a pública luz, confiados y a cara
descubierta, se empeñan en llevar a cabo el plan, que tiempo ha concibieron, de
trastornar los fundamentos de toda sociedad civil (…) A los poderes superiores
les niegan la obediencia, y andan predicando la perfecta igualdad de todos los
hombres en derechos y deberes”.
Tiempos tan complicados como los nuestros, inimaginables hasta hace poco,
necesitan de la colaboración y alianza entre la ciudadanía patriota, como la
minera. Y exigen serias respuestas democráticas ‒alejadas de la retórica
emocional, sea de ministros o de grupos descontentos con el sistema‒, que den
clara contestación a los verdaderos miserables y traidores de los que tan solo
cabe esperar el autoritarismo o el totalitarismo.
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